miércoles, 8 de julio de 2009

Doble réquiem



Sigo pensando que hay morbo en un acto multitudinario, televisado, donde los trajes cortados por el sastre lucen sus perfiles al lado de un cuerpo inerte. En ese sentido, le doy la razón a Liz Taylor, la amiga de Michael que no asistió.
Hubo hasta quien tocó el féretro entonando una canción sentida. Eso sí, con las gafas de sol bien colocadas.
Para rematar, el llanto ingenuo de la hija del finado, en el mejor estilo hollywoodense, blanca ella como el coco, lozana como su hermano que no paraba de masticar quién sabe qué cosa.
Fue un espectáculo sobrio, litúrgico, con oradores más o menos profesionales, con un guión un tanto caótico que lo hizo más humano, en el sentido espontáneo de la palabra. Era el último adiós a quien nos convidó a bailar a más de dos generaciones, sin saber apenas lo que decían sus textos, en el caso de los hispanoparlantes que, como el que escribe, agitó sus caderas al compás de aquel son nacional que en Cuba se llamó “Se me cae la trusa(1)”, en lugar de Shake your body (Down to the ground), tema incluido en el álbum Destiny, de 1978.
Los que vivimos los años 80 como si fuera el paraíso –muy a pesar de, precisamente, no vivir en un país paradisíaco-, el Rey del Pop fue vehículo comodísimo de transportación al más allá, por su incansable producción musical y porque nosotros, en la isla revolucionaria, no supimos de otro estupefaciente que no fuera el baile y el ron.
Ver a Brooke Shields otra vez a mí me supuso un toque de testosterona, con todo respeto a Michael. Fue un regalo de su funeral. Ella nos acompañó durante largos insomnios imaginándola andar semidesnuda por nuestras playas azules, fabricándole cobijo, secándole el cabello con una rama de areca agitada sin parar. Pero, claro, hay que salir de Cuba para actualizarse con los audiovisuales. Allí escasean y la consecuencia es que la gente se queda con los rostros lustrados de sus ídolos.
Yo, sinceramente, siempre pensé que Brooke Shields no era de verdad.
Por la noche, sintonizamos mi mujer y yo la gala de Operación Triunfo, casi a continuación del largo velorio. Asistimos sin quererlo a otro funeral, ya que el programa se nos fue de las manos, como diría alguien que pierde un náufrago con impotencia.
Ya no quedan voces ,ni ánimo, ni seriedad para ofrecer un espectáculo ajustado a lo que nos vendieron, que era una competencia de canto. Sea por error de casting o por culpa de la audiencia que expulsó a los mejores –de esto último tengo dudas-, lo cierto es que llenaron el tiempo con una bronca en la que se faltaron el respeto el presentador Jesús Vázquez y el inefable jurado Risto Mejide, el hombre que mejor sube las audiencias a sueldo.
Poca sustancia, qué pena, porque me gusta ver el programa cuando es entretenido si prevalece la música y el talento; aunque, en buena lid, el talento se ofrezca a cambio de unas horas de pantalla.
Suerte que la jovencísima Brenda Mau (en la foto), con ascendencia china/ peruana y crianza catalana, estaba aún allí. Silvestre y comedida a la vez, Brenda es la estrella de esta edición ya fenecida, pues ayer, tal y como lo percibí, el espectáculo fue una misa de alejamiento.
De vez en cuando, la vida –tema de Serrat interpretado como un ángel por esta chica- nos besa en los labios y nos seca el cabello con amor. Lástima de ofrenda que no se repite a diario.

Nota: 1. Trusa: traje de baño, en Cuba.

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