Mariela:
Últimamente, las noticias hablan de ti. Perdóname que te escriba sin saber si me recuerdas, pero, estando tan lejos –me refiero también a la lejanía emocional-, no hay día en que no me remonte a mi infancia, y, en ese mejunje de recuerdos, aparece tu rostro alguna vez. Siempre escuché decir que, con los años, uno realiza involuntariamente ese viaje a la semilla empapado de nostalgia, un viaje fantasmagórico, como los sueños, surrealista en tanto aparecen personas y lugares físicos que jamás tuvieron contacto o relación en tiempo y espacio.
Es uno mismo quien compone sin quererlo raros cuadros que terminan siendo un mural.
El peor castigo del exiliado no es el desdén que pueda encontrase por ahí; no es la desorientación emocional; es, precisamente, el arrastre de los recuerdos que ya no pueden materializarse de ninguna manera.
Ni los lugares ni las personas están al alcance de la mano.
En esa misma medida, uno trata de sustituir los recuerdos con el día a día para distraer la mente, y lo logra, aunque no siempre.
Cuando aparecen noticias con hilos de conexiones personales, volvemos a caer en la trampa del tiempo, volvemos a pensar en aquellos días cuando corríamos en el área deportiva, cuando ensayábamos aquel danzón para presentarlo en el matutino, creo, ¿o fue en uno de los actos culturales vespertinos?
Han pasado muchos años. Ahora somos adultos, cuarentones, hipotéticamente padres de criaturas que deben andar corriendo en nuestro lugar. Sé que la escuela aún existe, que hasta hace poco estuvo la misma directora, Delia, o está, ya no dudo de la longevidad de nadie. Inamovible directora, como el gobierno, depauperada pero histórica. Lo único no tradicional de nuestro plantel es que ahora no están allí los hijos de los máximos dirigentes del país, porque los dirigentes siguen siendo los mismos, y sus hijos, tú, habrán tenido descendencia.
Esta lógica me lleva a pensar que estarán allí sus nietos, o sea, tus hijos.
Hace muchos años que no paso por nuestra escuela primaria Gustavo y Joaquín Ferrer, aquellas tres o cuatro casas –no recuerdo exactamente cuántas- situadas unas frente a otras, construidas por la clase media alta en un barrio en expansión en los años 50, las Alturas del Vedado, nuestro barrio. Sé que todo está hecho triza, incluyendo la escuela. Lo sé de buena tinta.
A punto de cumplir mis 44 años, me pregunto por qué nunca había pensado en ti, durante la secundaria, el preuniversitario, la universidad, y lo hago ahora provocado por las noticias allende los mares. Estoy muy lejos –repito- para permitirme ciertas disgregaciones, a veces llamadas por mí “escapadas del alma”, como una fuga, aunque esta –te aseguro- no suena tan lírica. He visto tu fotografía y compruebo que estás bien físicamente. También me he enterado de que tu hermano tiene los grados de General. No sabía que era militar. Pensé que había estudiado otra cosa, para no repetirse como hacen las tradicionales familias de médicos o músicos.
Entiendo que uno siempre está en el lado más cómodo, que la familia, después del colegio, es el principal círculo de referencia, pero me gustaría preguntarte si no te da vergüenza a estas alturas tratar de dignificar los derechos de los homosexuales cuando en nuestro país, hasta hace nada, no tuvieron lugar.
Veo que estás inmersa en una empresa ridícula. Compruebo que se rompe la regla que dice que las nuevas generaciones saltan cualitativamente a las anteriores. Parece que sales de la nada, porque nunca se supo nada de ti ni de tu hermano. Pero ahora corroboro que habéis salido -¿viste, hablo como un español?- a la vida pública para comenzar el relevo de vuestros padres. Todavía estáis a tiempo de no convertirse en dictadores.
Renuncia a todo y vuela lejos. Ahora mismo no es demasiado tarde, pero mañana sí lo será. El poder corrompe, no te dejes envenenar.
Concluyo diciéndote que me atreví a poner tu nombre en el buscador de Facebook y no te encontré. Lo he hecho con varios alumnos de los que recuerdo nombres y apellidos. La nostalgia, incurable y agotadora, tiene la parte buena precisamente en la memoria histórica, en los listados de clases, en los detalles insignificantes como un juego escolar.
Te deseo capacidad para que puedas renunciar a tu familia.
Sinceramente.
Nota: Esta carta está inspirada en un excelente artículo publicado en el portal digital Cubaencuentro. Véalo aquí.
Últimamente, las noticias hablan de ti. Perdóname que te escriba sin saber si me recuerdas, pero, estando tan lejos –me refiero también a la lejanía emocional-, no hay día en que no me remonte a mi infancia, y, en ese mejunje de recuerdos, aparece tu rostro alguna vez. Siempre escuché decir que, con los años, uno realiza involuntariamente ese viaje a la semilla empapado de nostalgia, un viaje fantasmagórico, como los sueños, surrealista en tanto aparecen personas y lugares físicos que jamás tuvieron contacto o relación en tiempo y espacio.
Es uno mismo quien compone sin quererlo raros cuadros que terminan siendo un mural.
El peor castigo del exiliado no es el desdén que pueda encontrase por ahí; no es la desorientación emocional; es, precisamente, el arrastre de los recuerdos que ya no pueden materializarse de ninguna manera.
Ni los lugares ni las personas están al alcance de la mano.
En esa misma medida, uno trata de sustituir los recuerdos con el día a día para distraer la mente, y lo logra, aunque no siempre.
Cuando aparecen noticias con hilos de conexiones personales, volvemos a caer en la trampa del tiempo, volvemos a pensar en aquellos días cuando corríamos en el área deportiva, cuando ensayábamos aquel danzón para presentarlo en el matutino, creo, ¿o fue en uno de los actos culturales vespertinos?
Han pasado muchos años. Ahora somos adultos, cuarentones, hipotéticamente padres de criaturas que deben andar corriendo en nuestro lugar. Sé que la escuela aún existe, que hasta hace poco estuvo la misma directora, Delia, o está, ya no dudo de la longevidad de nadie. Inamovible directora, como el gobierno, depauperada pero histórica. Lo único no tradicional de nuestro plantel es que ahora no están allí los hijos de los máximos dirigentes del país, porque los dirigentes siguen siendo los mismos, y sus hijos, tú, habrán tenido descendencia.
Esta lógica me lleva a pensar que estarán allí sus nietos, o sea, tus hijos.
Hace muchos años que no paso por nuestra escuela primaria Gustavo y Joaquín Ferrer, aquellas tres o cuatro casas –no recuerdo exactamente cuántas- situadas unas frente a otras, construidas por la clase media alta en un barrio en expansión en los años 50, las Alturas del Vedado, nuestro barrio. Sé que todo está hecho triza, incluyendo la escuela. Lo sé de buena tinta.
A punto de cumplir mis 44 años, me pregunto por qué nunca había pensado en ti, durante la secundaria, el preuniversitario, la universidad, y lo hago ahora provocado por las noticias allende los mares. Estoy muy lejos –repito- para permitirme ciertas disgregaciones, a veces llamadas por mí “escapadas del alma”, como una fuga, aunque esta –te aseguro- no suena tan lírica. He visto tu fotografía y compruebo que estás bien físicamente. También me he enterado de que tu hermano tiene los grados de General. No sabía que era militar. Pensé que había estudiado otra cosa, para no repetirse como hacen las tradicionales familias de médicos o músicos.
Entiendo que uno siempre está en el lado más cómodo, que la familia, después del colegio, es el principal círculo de referencia, pero me gustaría preguntarte si no te da vergüenza a estas alturas tratar de dignificar los derechos de los homosexuales cuando en nuestro país, hasta hace nada, no tuvieron lugar.
Veo que estás inmersa en una empresa ridícula. Compruebo que se rompe la regla que dice que las nuevas generaciones saltan cualitativamente a las anteriores. Parece que sales de la nada, porque nunca se supo nada de ti ni de tu hermano. Pero ahora corroboro que habéis salido -¿viste, hablo como un español?- a la vida pública para comenzar el relevo de vuestros padres. Todavía estáis a tiempo de no convertirse en dictadores.
Renuncia a todo y vuela lejos. Ahora mismo no es demasiado tarde, pero mañana sí lo será. El poder corrompe, no te dejes envenenar.
Concluyo diciéndote que me atreví a poner tu nombre en el buscador de Facebook y no te encontré. Lo he hecho con varios alumnos de los que recuerdo nombres y apellidos. La nostalgia, incurable y agotadora, tiene la parte buena precisamente en la memoria histórica, en los listados de clases, en los detalles insignificantes como un juego escolar.
Te deseo capacidad para que puedas renunciar a tu familia.
Sinceramente.
Nota: Esta carta está inspirada en un excelente artículo publicado en el portal digital Cubaencuentro. Véalo aquí.
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