lunes, 27 de julio de 2009

El otro 26



Ya nadie se cabrea en Cuba porque allí se hayan olvidado de Santa Ana y San Joaquín para celebrar el 26. Si acaso, los santos se conmemoran en la intimidad. Un asalto armado a un cuartel en Santiago de Cuba, ocurrido en 1953, a las órdenes de Fidel Castro, provocaría en lo adelante el rapto de la fecha para los anales de la revolución. Y, por eso, todos los cubanos que nacimos después de 1959 estuvimos obligados a festejar con una jarra de cerveza caldosa la acción armada, el pistoletazo de salida de una carrera dictatorial que, muy a nuestro pesar, ya dura medio siglo.
En Cuba se acaba de celebrar el 56 aniversario del inicio de la insurrección, con algunos de aquellos protagonistas hechos unos viejos mandones, de esos que se niegan a llevar pañales para paliar la incontinencia porque ese bulto pélvico debajo del pantalón atentaría contra su dignidad. Y terminan corriendo al lavabo cada diez minutos, sin compasión con sus cuidadores.
Ver esta triste realidad –la decadencia se puede evitar, y no es estrictamente inherente a la vejez-, nos aleja de un panorama patriótico que nos vendieron como la “Biblia” de la revolución caribeña más renombrada, aquel discurso luego impreso de un Fidel Castro joven y vehemente que se auto defendió en el juicio augurando que la historia lo absolvería.
Otra vez, tristemente, comprobamos que aquella puesta en escena fue tan efectiva y tan histriónica que nos embarcó a muchos en una nave ilusoria que luego nos dejó al pairo.
Uno trata de centrarse en el entorno donde vive y descubre que ese mismo día, el 26 julio, pero de 1909, hace justamente un siglo, Barcelona ardía por una revuelta popular. Se le denominó históricamente la Semana Trágica, lo que sucedió a continuación de los incendios. La represión llegó sin demoras y hubo ejecuciones sumarísimas, una operación de sofoco que, hasta donde he leído, comandó el entonces capitán general de Cataluña Valeriano Weyler, el mismo estratega de la reconcentración que desahució a miles de cubanos unos pocos años antes.
Hoy esta ciudad donde vivo es una joya arquitectónica en sí misma, moderna y conservadora al mismo tiempo. Me pregunto si el ala conservadora de la historia local es la que ha marcado una calle con el nombre de Weyler, en los tranquilos predios de Badalona, al lado de la Ciudad Condal.
Sin afincarse en el santoral católico –uno es agnóstico, habiendo nacido en Cuba después del triunfo de la revolución comunista-, y tratando de olvidar el tono guerrillero que nos envolvió sin nosotros querer, encontramos otro 26 de julio, también revoltoso y anticlerical. Y decidimos quedárnoslo. No debemos andar exentos de fechas señaladas por la historia local. Ese vacío provocaría una vida existencialista, y eso da miedo. Al menos a quien escribe estos párrafos.

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