Unos amigos españoles me preguntaban este sábado, en una fiesta, por qué la mayoría de las veces vinculaba a Cuba en mi blog. Solo tenían curiosidad, no era un reproche de su parte.
Yo mismo me hago esa pregunta, con la cantidad de temas variopintos que hay en el mundo, en la ciudad donde vivo, en la imaginación.
Hubo una etapa de mi vida de refugiado político –lo digo claro, por si acaso-, en la que esquivé la insularidad que me pertenece. Lo hice estratégicamente para poder sobrevivir los durísimos primeros años de adaptación al nuevo país. En esa época me dediqué a utilizar internet recreativamente, como mismo las lecturas de cabecera rondaban más sobre la apolítica o la no política literaria. Con el tiempo comprendí que nací y crecí en un país ligado hasta el tuétano a la política, una isla donde –excepto, tal vez, China- se produce la mayor cantidad de propaganda per cápita del mundo. Luego de resarcirme en la bohème de Barcelona, de practicar el consumismo que desconocía por completo, de soltar la lengua sin tener que mirar con sigilo a mi alrededor, me voy encontrando a mí mismo y poniendo en su lugar mis ideas, más allá de la estrategia, aunque convendría ahora mismo preguntarnos qué cosa no está relacionada políticamente con la humanidad.
Ha pasado el tiempo y, por ejemplo, he dejado atrás, muy lejos, los años en los que trabajé en el diario Granma, la mayor industria propagandística cubana. Debo exponer aquí que todavía no me lo perdonan, y me refiero a la maquinaria que rastrea constantemente a los desertores. Aunque soy easy -como diría mi padre en uno de sus constantes anglicismos- y seguiré siendo easy en todos los órdenes, estoy marcado con hierro y fuego al parecer de por vida.
La crisis política en Honduras –tema que sigo deliberadamente en estos días- al parecer es un hecho aislado y particular. Sin embargo, los cubanos sabemos que no es así. Es producto de la vieja propaganda que ejerce hace medio siglo el gobierno de la isla, lo que pasa es que las cosas, lógicamente, se cuentan desde el punto de vista que convenga. De hecho, si yo estuviera aún en el periódico Granma, aunque escribiera en el departamento de Cultura, la redacción me obligaría a matizar el tema de Honduras de otra manera si viniera al caso de esa página; lo hubiera tenido que enfocar en el sentido opuesto a como lo hago en el este blog.
Lo asombroso de todo este asunto es que yo no debía estar ocupándome de Latinoamérica, y debería centrarme en todos los dolores de cabeza que dan quedarse sin trabajo en este país desde donde escribo.
Lo ideal sería pasar de todo. Yo, honestamente, no puedo permitírmelo.
El seguimiento de mi país, de mis orígenes latinoamericanos me causa dependencia. Supongo que serán los mismos vasos comunicantes, esas venas abiertas –citando a Eduardo Galeano- los que viajan dentro de mí.
¿O no?
Yo mismo me hago esa pregunta, con la cantidad de temas variopintos que hay en el mundo, en la ciudad donde vivo, en la imaginación.
Hubo una etapa de mi vida de refugiado político –lo digo claro, por si acaso-, en la que esquivé la insularidad que me pertenece. Lo hice estratégicamente para poder sobrevivir los durísimos primeros años de adaptación al nuevo país. En esa época me dediqué a utilizar internet recreativamente, como mismo las lecturas de cabecera rondaban más sobre la apolítica o la no política literaria. Con el tiempo comprendí que nací y crecí en un país ligado hasta el tuétano a la política, una isla donde –excepto, tal vez, China- se produce la mayor cantidad de propaganda per cápita del mundo. Luego de resarcirme en la bohème de Barcelona, de practicar el consumismo que desconocía por completo, de soltar la lengua sin tener que mirar con sigilo a mi alrededor, me voy encontrando a mí mismo y poniendo en su lugar mis ideas, más allá de la estrategia, aunque convendría ahora mismo preguntarnos qué cosa no está relacionada políticamente con la humanidad.
Ha pasado el tiempo y, por ejemplo, he dejado atrás, muy lejos, los años en los que trabajé en el diario Granma, la mayor industria propagandística cubana. Debo exponer aquí que todavía no me lo perdonan, y me refiero a la maquinaria que rastrea constantemente a los desertores. Aunque soy easy -como diría mi padre en uno de sus constantes anglicismos- y seguiré siendo easy en todos los órdenes, estoy marcado con hierro y fuego al parecer de por vida.
La crisis política en Honduras –tema que sigo deliberadamente en estos días- al parecer es un hecho aislado y particular. Sin embargo, los cubanos sabemos que no es así. Es producto de la vieja propaganda que ejerce hace medio siglo el gobierno de la isla, lo que pasa es que las cosas, lógicamente, se cuentan desde el punto de vista que convenga. De hecho, si yo estuviera aún en el periódico Granma, aunque escribiera en el departamento de Cultura, la redacción me obligaría a matizar el tema de Honduras de otra manera si viniera al caso de esa página; lo hubiera tenido que enfocar en el sentido opuesto a como lo hago en el este blog.
Lo asombroso de todo este asunto es que yo no debía estar ocupándome de Latinoamérica, y debería centrarme en todos los dolores de cabeza que dan quedarse sin trabajo en este país desde donde escribo.
Lo ideal sería pasar de todo. Yo, honestamente, no puedo permitírmelo.
El seguimiento de mi país, de mis orígenes latinoamericanos me causa dependencia. Supongo que serán los mismos vasos comunicantes, esas venas abiertas –citando a Eduardo Galeano- los que viajan dentro de mí.
¿O no?
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