viernes, 10 de julio de 2009

Esperando a Micheletti



En los momentos que se publique este post, los representantes de Zelaya y Micheletti –cuatro por cada lado- estarán negociando el futuro más próximo de Honduras. Ambos presidentes de un mismo país abandonaron ya Costa Rica sin verse las caras. Mientras tanto, y como se dice vulgarmente en Cuba, las cosas en Tegucigalpa continúan en candela.
Oscar Arias, el garante mediador del proceso de paz, advirtió a la comunidad internacional que tomen asiento, con una bebida refrescante cerca –esto lo sumo yo-, ya que la crispación de ambos mandatarios hondureños, que un día fueron compañeros, está muy subida de tono, y es necesario rebajar los caldos para que las palabras no hieran, tanto como pudiera herir un proyectil, dijo Arias.
La elección de Costa Rica como zona neutral me hizo recordar a un amigo o novio de mi madre que eligió ese destino para marcharse definitivamente de Cuba. No era un sitio común; quiero decir, común para nosotros que, el que más o el que menos, tiene un pariente en Miami. Yo era demasiado adolescente cuando Enrique –así se llamaba, o se llama-, hizo sus maletas y se despidió discretamente. Años más tarde, como mismo ahora sucede con la crisis hondureña, hube de recordarlo cuando comenzaron a entrar pequeños automóviles en Cuba que fueron bautizados como Ticos, en alusión al cariñoso gentilicio costarricense.
Con el tiempo, lógicamente, supe que Costa Rica no era un mal lugar, que le llamaban la Suiza de América y que, además de gozar de un sistema sanitario loable, no necesitaba ejército para vivir.
Los ticos no van armados. Ese fue uno de los escollos que encontró Micheletti para arribar allí, porque temía por su seguridad, ha dicho él mismo. El otro inconveniente, puñetero, desde mi punto de vista, fue que el gobierno de Nicaragua le negó su espacio aéreo y Micheletti tuvo que utilizar otra ruta para llegar al sitio inocuo, donde se depositaría la primera piedra de la pacificación.
Así que el hombre tardó. Estuve hasta último momento dudando de que se presentara en la otra Suiza, la apócrifa y más aplatanada región.
Mientras sigo recordando a mi posible padrastro Enrique, con la incertidumbre de si se convirtió en tico o voló después hacia Miami, me acabo de enterar de que Zelaya aterriza en República Dominicana. Se está acercando a la mayor de las Antillas. Ojo: desembarcar en Cuba sería peligroso para la mesa de arbitraje.



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