Laura y Carlos sienten que algo cambia a su alrededor. Se mudan de piso y terminan las obras. Luego se acostumbran al nuevo barrio en las inmediaciones de Lesseps, un entorno mítico por las construcciones de una plaza y sus ramificaciones viales que llevan veinte años en litigio. Parece que al fin quedará allí un espacio con áreas verdes, un pequeño anfiteatro, túneles intercambiadores, una travesera importante de Barcelona, la parada de metro de la línea 3, la biblioteca del distrito y los comercios que han sobrevivido a los tantos proyectos de los diferentes alcaldes municipales. Cerca de ellos, todavía con fachada gris y ventanas tapiadas, cierran una institución, La Casita Blanca, histórico meublé donde políticos y altos empresarios tiraron canas al aire.
El barrio está lleno de cuestas. Esas lomas representan todavía la parte exterior de la urbe. A principios del siglo pasado se construyeron por allí casas de dos plantas, algunas modernistas, con la divisa que dejaba entonces la gran empresa del textil. En aquellos años, ir a Lesseps significaba un viaje a las afueras, un viaje bucólico. Hoy se sigue respirando el aire de la montaña pero mezclado con el calor y el color del asfalto, con la contaminación acústica que muchas veces malea la belleza construida o moldeada en las faldas de la montaña.
Forman una pareja vital, dados a la plática –como diría él- y al encuentro entre amigos los fines de semana. Tienen un automóvil nuevo criándose en una plaza de párking que, por fin, lograron conseguir en el mismo inmueble adonde se han mudado. Todo un lujo para Barcelona, tan pequeña que se ha vuelto con tantos automóviles y con tan poco ancho de calle. Para bajar al centro, el coche es un estorbo. Hay metro y autobuses con magnífica frecuencia de paso. Desde las alturas, Laura y Carlos viven unos días convulsos, pero no solo por ellos, sino además por las señales de cambio que está emitiendo la sociedad civil. Saben que, aunque al final no pase nada –puede pasar, eso no está escrito-, las preguntas y respuestas de esta ciudad están en Plaza Catalunya, están a sus pies, visto el futuro en perspectiva desde una nueva casa; las revoluciones están camino hacia el mar, hacia los barrios antiguos, un camino en caída libre.
El sábado fueron directo al metro –pensando siempre que el niño está bien en el párking- y bajaron a las doce de la noche a Canaletes, el bebedero donde se celebran los triunfos del club de fútbol regional. ¿Canaletes es una fuente? Puede que sí y puede que no.
Sin miedo, disfrutando de momentos históricos que regala la vida, cruzaron las alambradas y no pasó nada peligroso. A esa hora, claro.
Intentaron pisar el centro de la plaza, donde los indignados con el sistema político y económico duermen al raso. Un chico que estaba de guardia les salió al paso preguntando por la identidad. ¿Vienen por el fútbol o por nosotros? Estamos mirando, respondió al unísono la pareja.
Regresaron a casa con las energías o vibraciones que hay en el metro por la madrugada. Al día siguiente, domingo por la tarde, inconformes, volvieron a buscar las sensaciones supremas que suelen experimentar los culés. Bajaron de nuevo, esta vez tratando de encontrar la rúa de los campeones por las calles del centro. Pero llegaron tarde. Como no quedó por ellos, sino por la mala suerte, en la tranquilidad del nuevo hogar soñaron que bailaban una sardana inmensa en la que estaban Shakira y Piqué. El baile tenía lugar en Plaza Catalunya. Había mossos de escuadra, estudiantes, extranjeros, de todo. En el sueño, después de la danza, Shakira se fue con Carlos y Laura con Piqué, pero, aunque se rieron en el metro, las nuevas parejas no se sintieron tan a gusto.
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2 comentarios:
Felicidades Jorge:este post es de lo mejor que he leido en tu blog.Un saludo:ROBERTO
Buena descripción de nuestro barrio. Lo dicho, nos ha encantado ser esta vez protagonistas de uno de tus bonitos relatos. Un abrazo.
Carlos y Laura
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