martes, 3 de mayo de 2011

Tiempo de fantasmas



Esta mañana, mientras viajaba en el metro de Barcelona, en la línea 2, un inca probablemente del Cuzco o de cualquier lugar donde se empinan los Andes, tocaba un charango con bastante ánimo. Aun con su circunstancia de ser “músico de la calle”, se le veía más feliz que a la mayoría de los viajeros. El hombrecillo –no es por subestimarlo, sino porque realmente son bajitos los andinos- llevaba la clásica coleta o moño de cabello negro como el azabache; se acompañaba de un equipo de altavoz o caja de ritmo, y en su cabeza, además de una goma de pelo, tenía incorporado un micrófono inalámbrico. Bailaba, cantaba, tratando de no molestar el paso de la gente.
Su texto era la canción más conocida del argentino León Gieco: “Sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente...”, pero en tiempo de salsa. Soneado, vamos, un material sincopado para ahuyentar de alguna manera la triste melodía del tema original, o la también grave versión, popularísima, de la difunta Mercedes Sosa, que recorrió los cuatro puntos cardinales de este Mundo. Mientras observaba su espléndida digitación del charango –el hombre salvaba incluso los saltos del ferrocarril-, pensé que allá abajo reinaba la paz un día después del anuncio de la supuesta captura y muerte de Bin Laden. Ese músico andino mostraba su arte como una manera mecánica de buscarse la vida, pero también disfrutaba de una forma de vivir que le es intrínseca y que ha trasladado a los vagones de un transporte público, donde viaja un personal ensimismado.
De manera subliminal, el texto optimista –no importa que meta a Dios por el medio- contrarrestaba el gran anuncio hecho ayer por el gobierno norteamericano. Según la administración yanqui, diez años después de buscar a Bin Laden se le encontró y se le eliminó físicamente, al lanzar por la borda, dicen, un cuerpo que jamás hemos visto. Da la impresión de que nos han tomado el pelo con un fantasma, con un sujeto mucho menos tangible que un músico del metro, que suele ser invisible aunque estemos acostumbrados a viajar con ellos.
Diez años es mucho tiempo para este final novelado: Desenlace sin pruebas contundentes. Diez años es toda una generación; es una década; es, en el mundo de quien escribe estas líneas, todo un conjunto de años en el exilio. O sea, toda una vida; la suficiente para olvidar a Bin Laden o, en cambio, para no creer demasiado en historias mal cosidas provenientes de un mundo mediático.
Desde hace mucho tiempo se ha dicho que Bin Laden es como los billetes de quinientos euros: Algo difícil de ver. Desde hace mucho tiempo, al margen de las manipulaciones a la opinión pública, hay un hombre que toca música en el metro, con un charango o con un violín. Ya puede la prensa decir lo que quiera.

Foto del autor
Un bar céntrico de Barcelona lleva por nombre el apellido del presidente norteamericano. Libertad de expresión y también mercadotecnia.

2 comentarios:

Silvita dijo...

La verdad es que con tantos medios una ya no sabe qué pensar de la realidad: existe o no?
Yo creo que esa comparación con el billete de 500 euros es un remake de un chiste sobre dios: dios es como un billete de mil dólares, sabes que existe pero no lo ves. O será que mi memoria me tiende una trampa. Fui a Google (?existe google, aunque lo veamos?) para ver qué volá con la frase, y hete aquí lo que encontré: hay quien no quiere ver a dios en los billetes de un dolar, aunque muchos afirman y sienten que El existe.
Ya me da vueltas la cabeza, y aún no he llegado al trabajo! Los quiero, yo, que casi estoy segura de que existo!

http://www.diariodemallorca.es/ultima/2011/03/09/dios-seguira-billetes-dolar/651674.html

Silvita dijo...

Por cierto: lindo momento en el metro con el tocador de charango... casi lo escuché!