Caminaba hacia las escaleras eléctricas de la línea 5, para salir a la calle, cuando me reclamaron por la espalda. Entonces me giré, todavía dudando de quién me podría llamar en esta ciudad por mi apodo antiquísimo, lejos, muy lejos de aquellos años y aquellas calles de La Habana.
La voz provenía de un bailarín de danza contemporánea que había sido el partenaire de mi ex esposa. Nos encontramos en el andén de un metro de Barcelona, después de al menos quince años.
Cuando lo vi me pasó por delante una retahíla de fotogramas rayados que yo no tenía preparada. En aquella época me dedicaba a hacer fotos de teatro y danza con una cámara bastante ruidosa, siempre a luz ambiente. Con un teleobjetivo de cien milímetros que abría bastante poco el diafragma, con hongos estáticos en las lentes –algo bastante posible en una isla con un 90 por ciento de humedad-, pero fuerte, preparado para la guerra. Era de rosca, de rosca rusa, porque mi cámara era una Zenit.
A través de ese teleobjetivo espié a mi ex mujer cuando se cambiaba de vestuario en los laterales de los teatros, ya que me situaba casi siempre con los codos apoyados en proscenio, buscando ángulos aparentemente muertos. Ella no quería bailar. Tenía miedo entrar a las tablas de un coliseo, y se había dedicado al magisterio de la danza, pero insistí tanto que logré darle ánimos y se puede decir que la subí allá arriba donde todo el mundo te ve. Coincidentemente, esto ocurrió por los días en que nos divorciábamos. En esos años yo no comprendía que la belleza y plasticidad del baile podían ser incompatible con la armonía de los caracteres de las personas.
Mediante una lente de largo alcance, capté la imagen –ahora perdida en los rastros que dejé en La Habana- de mi ex sosteniendo en peso, en brazos, a su partenaire. En el momento de realizar la foto no pensé. Cuando la estaba revelando tampoco. Al imprimirla en papel comencé a relacionarla con sus contracturas musculares.
El teatro –y más la danza- tiene la virtud de transformar los cuerpos en volúmenes precisos para crear una ilusión óptica, lo que, a veces, no se tiene en cuenta es que la realidad es otra.
Tuve que aprender a masajear su espalda –sobre todo la espalda- para aliviarla en las pocas horas que tenía para descansar. Entonces hilvané sus contracturas con la imagen perfecta de detrás del visor. A ella nunca se le ocurrió reivindicar las leyes de la física, sino que se crecía y luego se contentaba con los aplausos. Y no era la única.
Su grupo de danza-teatro se inspiraba en los cánones de la alemana Pina Bausch, para que después nadie diga que en Cuba no se estaba al tanto de las últimas tendencias.
No sé cuántas veces, muchas, eso sí, la pequeña y rabiosa que fue mi mujer tuvo que sostener el peso de su partenaire, un muchacho elegante y buen bailarín que me rescató de entre la muchedumbre, la prisa y el mecanicismo de una línea de metro vulgar.
En aquel momento, ante el asombro de verlo ahí, y el desconcierto de escuchar mi apodo, el primer nombre que me vino a la mente fue el de Pina Bausch.
Ayer dieron la noticia de la muerte, a los 68 años, de esta importantísima coreógrafa.
La voz provenía de un bailarín de danza contemporánea que había sido el partenaire de mi ex esposa. Nos encontramos en el andén de un metro de Barcelona, después de al menos quince años.
Cuando lo vi me pasó por delante una retahíla de fotogramas rayados que yo no tenía preparada. En aquella época me dedicaba a hacer fotos de teatro y danza con una cámara bastante ruidosa, siempre a luz ambiente. Con un teleobjetivo de cien milímetros que abría bastante poco el diafragma, con hongos estáticos en las lentes –algo bastante posible en una isla con un 90 por ciento de humedad-, pero fuerte, preparado para la guerra. Era de rosca, de rosca rusa, porque mi cámara era una Zenit.
A través de ese teleobjetivo espié a mi ex mujer cuando se cambiaba de vestuario en los laterales de los teatros, ya que me situaba casi siempre con los codos apoyados en proscenio, buscando ángulos aparentemente muertos. Ella no quería bailar. Tenía miedo entrar a las tablas de un coliseo, y se había dedicado al magisterio de la danza, pero insistí tanto que logré darle ánimos y se puede decir que la subí allá arriba donde todo el mundo te ve. Coincidentemente, esto ocurrió por los días en que nos divorciábamos. En esos años yo no comprendía que la belleza y plasticidad del baile podían ser incompatible con la armonía de los caracteres de las personas.
Mediante una lente de largo alcance, capté la imagen –ahora perdida en los rastros que dejé en La Habana- de mi ex sosteniendo en peso, en brazos, a su partenaire. En el momento de realizar la foto no pensé. Cuando la estaba revelando tampoco. Al imprimirla en papel comencé a relacionarla con sus contracturas musculares.
El teatro –y más la danza- tiene la virtud de transformar los cuerpos en volúmenes precisos para crear una ilusión óptica, lo que, a veces, no se tiene en cuenta es que la realidad es otra.
Tuve que aprender a masajear su espalda –sobre todo la espalda- para aliviarla en las pocas horas que tenía para descansar. Entonces hilvané sus contracturas con la imagen perfecta de detrás del visor. A ella nunca se le ocurrió reivindicar las leyes de la física, sino que se crecía y luego se contentaba con los aplausos. Y no era la única.
Su grupo de danza-teatro se inspiraba en los cánones de la alemana Pina Bausch, para que después nadie diga que en Cuba no se estaba al tanto de las últimas tendencias.
No sé cuántas veces, muchas, eso sí, la pequeña y rabiosa que fue mi mujer tuvo que sostener el peso de su partenaire, un muchacho elegante y buen bailarín que me rescató de entre la muchedumbre, la prisa y el mecanicismo de una línea de metro vulgar.
En aquel momento, ante el asombro de verlo ahí, y el desconcierto de escuchar mi apodo, el primer nombre que me vino a la mente fue el de Pina Bausch.
Ayer dieron la noticia de la muerte, a los 68 años, de esta importantísima coreógrafa.
2 comentarios:
Te cuento algo para que veas este mundo entretejido. Te encuentro en la Islita y me acuerdo de un amigo que lleva tu nombre, no lo veo desde el 1999, luego descubro el blog La Edad de Oro que siempre me recuerda a él por estudios y asuntos de sensibilidad. A lo largo de estos años le he pedido a mi madre que lo busque, le he pedido a gente que lo contacte y te leo a ti, busco a mi amigo en la red, por primera vez algo que habría sido tan fácil y lo encuentro al fin. Hace dos días y me digo: los anónimos no lo somos tanto, si alguien se pusiera a seguir la cuerda seguro llegaría a ver el rostro por fin que está detrás de ella.
Me voy de vacaciones pero de regreso voy a dedicarte una sábana en mi tendedera, vale la pena invitar gente a que venga por acá. Tu blog me encanta.
todos estamos interconectados de una u otra manera, solo hay que buscar. No recuerdo si lo conté en las crónicas de cuando regresé a Cuba a exhumar los restos de mi padre, que fue enterrado sin mi presencia en una fosa común. Mediante un favor impagable, lo trasladé para un bóveda de unos catalanes ilustres, que fueron a hacer las Américas. y ahora yo vivo en Cataluña, bastante cerca de donde eran ellos originalmente. es impresionante, kerala, y perdóname esta referencia triste.
Aquellas crónicas se puden leer en el desplegable de achivos de este blog, en octubre del 2008. Un abrazo.
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