Según le dijo una a otra, llevaba sudada la ropa interior y las plantas de los pies. Nadie podía dar crédito de eso excepto ella, aunque ¿quién se atrevería a ponerlo en duda?
En la calle no se podía estar. Un termómetro del Portal del Ángel, que simula un mercurio alargado en la fachada de una óptica, marcaba exactamente los 38 grados prometidos por el observatorio. El registro no daba cuentas de la humedad realtiva, trepada al 85 por ciento típico de Barcelona. Un mar de gente chancleteaba las calles del centro con la ropa cortica. Bermudas había pocas, para qué engañarnos. Minifaldas y pantalones cortos, tan cortos como pudo resarcir la tijera. En ese vaivén de confecciones se aplastaba una luz solar que hacía el papel del castigo, colándose por las milimétricas porciones de aire que quedaba entre unos y otros.
La misma voz que no paraba, sugirió subir a unos grandes almacenes para ver si allí corría más el aire. No iban a comprar nada. Solo a mirar y darle a la lengua.
-Hay otras tiendas más actuales, más fashion-dijo la otra.
-Es que a mí El Corte Inglés me pone.
-Nunca imaginé que El Corte Inglés pusiera a alguien.
-Es que aquí me acariciaron de arriba hacia abajo en un probador-confesó la de la voz cantante.
-¿Caricias nada más?-preguntó la más tranquila.
-Bueno, hubo más, pero no te lo voy a contar.
Los probadores de El Corte Inglés, en efecto, son más íntimos que los de las demás tiendas. Tienen más seguridad, más privacidad, pero menos glamour. Con tal de vender, dejan llegar al acompañante hasta lo más profundo del sitio, hasta las paredes más internas del edificio. No hay cámaras. No puede haberlas. Y nadie te escucha detrás de la cortina. No hay cortinas. Tienen puertas. Y las puertas quizá tengan cerrojos.
Con la mejoría del aire acondicionado, se olvidaron de que estaban en un almacén gigante. Continuaban plácidamente recostadas a una barandilla de la escalera, cuando se les acercó un jefe de planta, joven, apuesto.
-¿Les puedo ayudar en algo?
Sorprendidas, los subconscientes de las dos amigas pensaron sí a coro, pero acto seguido las chicas se mordieron la lengua y dijeron que no.
-Ustedes se lo pierden. Buenas tardes-se despidió el hombre.
Las dos muchachas siguieron ahí, haciendo tiempo y refrescando sus respectivas lencerías.
En la calle no se podía estar. Un termómetro del Portal del Ángel, que simula un mercurio alargado en la fachada de una óptica, marcaba exactamente los 38 grados prometidos por el observatorio. El registro no daba cuentas de la humedad realtiva, trepada al 85 por ciento típico de Barcelona. Un mar de gente chancleteaba las calles del centro con la ropa cortica. Bermudas había pocas, para qué engañarnos. Minifaldas y pantalones cortos, tan cortos como pudo resarcir la tijera. En ese vaivén de confecciones se aplastaba una luz solar que hacía el papel del castigo, colándose por las milimétricas porciones de aire que quedaba entre unos y otros.
La misma voz que no paraba, sugirió subir a unos grandes almacenes para ver si allí corría más el aire. No iban a comprar nada. Solo a mirar y darle a la lengua.
-Hay otras tiendas más actuales, más fashion-dijo la otra.
-Es que a mí El Corte Inglés me pone.
-Nunca imaginé que El Corte Inglés pusiera a alguien.
-Es que aquí me acariciaron de arriba hacia abajo en un probador-confesó la de la voz cantante.
-¿Caricias nada más?-preguntó la más tranquila.
-Bueno, hubo más, pero no te lo voy a contar.
Los probadores de El Corte Inglés, en efecto, son más íntimos que los de las demás tiendas. Tienen más seguridad, más privacidad, pero menos glamour. Con tal de vender, dejan llegar al acompañante hasta lo más profundo del sitio, hasta las paredes más internas del edificio. No hay cámaras. No puede haberlas. Y nadie te escucha detrás de la cortina. No hay cortinas. Tienen puertas. Y las puertas quizá tengan cerrojos.
Con la mejoría del aire acondicionado, se olvidaron de que estaban en un almacén gigante. Continuaban plácidamente recostadas a una barandilla de la escalera, cuando se les acercó un jefe de planta, joven, apuesto.
-¿Les puedo ayudar en algo?
Sorprendidas, los subconscientes de las dos amigas pensaron sí a coro, pero acto seguido las chicas se mordieron la lengua y dijeron que no.
-Ustedes se lo pierden. Buenas tardes-se despidió el hombre.
Las dos muchachas siguieron ahí, haciendo tiempo y refrescando sus respectivas lencerías.
4 comentarios:
Creo que te gustarían los cuentos de Empar Moliner, acá no se consiguen, pero donde estás seguro que sí. Hoy has dejado mi cerebro en ejercicios, buena convocatoria a la imaginación. Un abrazo
Por supuesto que me encantan las mujeres transgresoras como Empar. Una mujer que titule un libro "Te quiero si he bebido" es como mínimo interesante, Sin embargo, la conozco más de la tele. pero sí, se consiguen fácil sus libros. Te deseo buenos ejercicios, kerala.
He recorrido a saltos tu blog, según va cayendo la tarde y sigo entusiasmada con leerte, recuerdo a través de ti cosas propias, espacios generacionales y gente en común, más por el carácter que por los apellidos. Estaré por acá, en cuanto regrese de vacaciones.
He recorrido a saltos tu blog, según va cayendo la tarde y sigo entusiasmada con leerte, recuerdo a través de ti cosas propias, espacios generacionales y gente en común, más por el carácter que por los apellidos. Estaré por acá, en cuanto regrese de vacaciones.
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